miércoles, 30 de marzo de 2011

María Fernanda Hernández: Soy una cumanesa internacional

María Fernanda Hernández, ingeniera civil venezolana, es reconocida por la Universidad HafenCity de Hamburgo como la mejor estudiante extranjera al recibir el premio DAAD; siglas en alemán de Servicio de Intercambio Académico Alemán
Indira Rojas


El premio DAAD me fue entregado en el marco de bienvenida de los nuevos alumnos del semestre de invierno 2010. Había música en vivo, comida y bebida para celebrar el inicio del semestre. La sala estaba repleta y yo debía pronunciar un breve discurso ante no menos de cien personas, entre las que se contaban estudiantes, directiva de la universidad, profesores y representantes de algunos gremios dentro del instituto. Me sentía muy nerviosa, yo juraba que para este evento no venía mucha gente. De hecho, yo no pude asistir a la bienvenida cuando comencé a estudiar en la Universidad de la HafenCity de Hamburgo.


A los nervios se sumaba el hablar en alemán frente al público, frente a tantas personas de la directiva. Sin embargo, el acto fue muy bonito; porque además la Oficina Internacional estaba muy emocionada, era la primera vez que el premio era otorgado en mi universidad. Incluso, entre las personas que luego se acercaron a felicitarme se encontraba una muchacha con la que cursé la materia de Diseño hace dos años. Me pidió algunos consejos porque empezó a estudiar la maestría en planificación urbana que yo acababa de terminar.


Para mí fue una gran sorpresa recibir este premio. De hecho, cuando me llamaron para notificarme que había ganado yo en realidad pensaba “no quede seleccionada por el jurado”. Y lo creía así porque la Oficina Internacional de la universidad indicó que máximo a finales de septiembre se daría a conocer el ganador del reconocimiento. Y septiembre pasó y yo no había recibido noticias de ellos, por lo que juraba que otro estudiante había calificado.


Recuerdo que me llamaron y yo no pude contestar en un primer momento, así que me dejaron un mensaje. Cuando lo oí me entró una gran emoción y estaba muy contenta. En ese momento me encontraba sola, y no lo podía creer. Corrí a llamar a mi esposo inmediatamente y esperaba ansiosa que fuese de día en Venezuela para contarle a mi familia. Yo conocía a la persona que se había comunicado conmigo, por lo que el mensaje que había dejado era súper emotivo; me decía exaltada que yo era la ganadora del premio.


Uno o dos días después, al sentarme a revisar mi correo, leí dos mensajes de mi hermana donde mencionaba que dos periodistas en Venezuela habían publicado algo sobre el reconocimiento en twitter, y que Nelson Bocaranda era uno de ellos. Quedé en shock.


Luego Globovisión me contactó para una entrevista. Yo me encontraba en casa de una amiga con su mamá, ellas estaban súper emocionadas y yo muerta de los nervios. Temblaba. En menos de quince minutos me dicen: “Estás en Aló Ciudadano en este momento”. Todo fue tan rápido que no pude avisarle a nadie, aún así recibí muchos correos y llamadas por Skype de amigos y familiares que habían visto el programa.


No puedo contar la cantidad de personas que me han contactado por esto, más de 200 fácilmente. Soy de Cumaná y allá la noticia provocó mucha euforia. Mis padres y mis suegros estaban como locos, mis amigos también. La verdad, viví la emoción del premio a través de ellos. Creo que no lo había asimilado hasta que pasó todo esto.


No hay palabras para describir lo bonito que se siente ser portadora de buenas noticias para mi país, que tanto las necesita. Como la gran mayoría de los venezolanos que nos encontramos fuera, quiero volver a mi país y hacer un aporte para construir la Venezuela que todos queremos, soñamos y merecemos.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Eduardo Sánchez Rugeles, un observador de historias



Indira Rojas


El sol del domingo se dobla por las esquinas de La Estancia. El lugar, que hace las veces de burbuja urbana, deja colar un silencio que le gana espacio al bullicio de la avenida Francisco de Miranda. “Le pasé como cuatro años por enfrente y nunca vine.

En una oportunidad un amigo me invitó y me dijo,‘encontrémonos en La Estancia’, y yo me fui al restaurante de La Castellana creyendo que era allí”, comenta Eduardo Sánchez Rugeles, joven escritor venezolano, mientras marcha conversador hacia este centro de arte, lugar seleccionado para dar pie a la entrevista.

A sus 33 años ya sufre del mal caraqueño del cansancio, y entre la frustración, el fracaso, un sueldo limitado y un proyecto de matrimonio tomó el camino del cambio radical y se instaló en Madrid hace tres años. “Me casé un viernes y nos fuimos un domingo”, dice.


Deja de hablar, ríe ante el último comentario, mira a su alrededor, y esconde la mirada. Los ojos grandes y la boca temblorosa al hablar delatan timidez y nerviosismo. Sin embargo, se le escapa sin miedo una desafiante crítica, hacia su generación y hacia sí mismo, minada por la experiencia como docente que le mostró jóvenes con dudas, con cuestionamientos y con ideas. Al verlo es fácil darse cuenta de que escribe, piensa, inventa. La camisa a cuadros, los lentes de pasta, los zapatos negros que marcan pasos pausados y silenciosos. Todo en su sitio pero la mirada en ningún lugar. De hecho, Sánchez Rugeles es ganador de la primera edición Premio Iberoamericando de Literatura Arturo Uslar Pietri, por su novela Etiqueta Azul.

Al oírlo se confirma la presencia del literato, su sintaxis tiene un sello particular y la constante observación de lo que ve se traduce con facilidad en su lenguaje, en la conversación, en el hablar. Sin embargo, no se aleja de lo coloquial y no cae en el tecnicismo que resulta pedante. En efecto, no se siente erudito.

Sánchez siente complacencia por sus solitarias maneras. “Soy bastante distraído, pero me gusta ser así porque estoy en mi mundo”, afirma. “Las multitudes me asfixian”, “me gusta caminar por la ciudad”, “soy flojo”, “soy malo para la vida práctica”, va confesando el escritor.

Su literatura, en efecto, conserva la voz de este mundo aislado donde Sánchez vive felizmente. Con énfasis y satisfacción manifiesta: “El fatalismo estético me gusta, el personaje amargo y triste”, y se le escapa una sonrisa dedicada a sus historias y a sus protagonistas.

Sin embargo, su afición por la calma, el silencio y la pasividad no lo convierten en un ermitaño de la montaña, aunque sí en un joven curioso que no encuentra mucho placer en la vida social, y prefiere visitar ruinas rumanas antes que ir a la playa.


Un mundo para Sánchez

Las diferencias en preferencias vacacionales se han traducido en leves conflictos a la hora de orquestar un plan de viajes con su esposa. A Beatriz Catro le gusta la arena y las olas, a Sánchez la montaña solitaria y los destinos raros le provocan fascinación.

Rumania, Croacia y Malta son algunos de los lugares que ha recorrido. El silencio de la historia que se deja escuchar en éstos y ver a las personas en su ambiente le llama con fuerza. Visto así, se puede imaginar a Sánchez vestido como arqueólogo meditando en la mitad de ciudades y pueblos ignorados por el mundo.

“No he ido a Barcelona, no he ido a París, ni ha Berlín pero me conozco toda Rumania, desde Cluj-Napoca hasta el Mar Negro”, comenta. Su novela Transilvania germina en estos lejanos parajes, en una montaña perdida en medio de los Cárpatos. En su camino se topa con un cartel que reza “Estados hermanos de Sibiu”, el cual despierta su olfato literario al ver que entre las ciudades enumeradas se encuentra, en tercer lugar, Valencia, Venezuela. Ese ojo para el detalle está desarrollado en la distracción, aunque esto suene irónico o absurdo. “Soy distraído, pero me gusta porque me quedo en mi mundo pensando en historias… en pendejadas”, y cierra con una sonrisa de complacencia.



El va como paseando, como creando mientras camina. Va por la calle, ve gente, ve cosas. “Me gusta fabular lo que la gente hace, lo que la gente dice, incluso venezolanizar a los españoles”, confiesa Sánchez. Va haciendo crónica de sus observaciones mientras habla, dice que en el metro y en el bus imagina a las personas resolviendo sus conflictos “al estilo venezolano”. Conflictos de amor, desamor, y dinero, que son las temáticas favoritas que se oyen entre los murmullos de las calles españolas.

“Está pasando algo y yo no me entero”, agrega, retomando el asunto de su naturaleza abstraída. Surge una anécdota rápida, que para algunos suena alarmante aunque a Sánchez parece causarle una especie de gracia cínica. “Una vez, ya viviendo en Madrid, se disparó la alarma de incendios. En ese momento yo veía un partido. Sabía que sonaba una alarma, pero ni pendiente. Cuando mi esposa llega al lugar los bomberos están abajo, y ella comienza a llamarme: ‘¿Dónde estás tú? ¿Qué estás haciendo ahí? ¡Baja ya!’”.

El novelista concluye que no tiene remedio. No sirve para la vida práctica, “soy un inútil para eso”, dice, divertido con los efectos de su defectos. A veces toma el metro en sentido contrario al que debería ir, y en ocasiones la cena se transforma en un verdadero desastre. “En una época mi esposa llegaba tarde a casa, y se supone que yo debía hacer la cena. Pero cocinaba a última hora, y todo salía horrible porque no planificaba la comida. Debía salir a comprar ingredientes a último minuto, me faltaba alguno, debía volver al supermercado”. Su noción de cuánto dinero dispone en su cuenta no es exacta, y confiesa que a veces sólo tiene una vaga idea de cuánto puede gastar.

La disciplina es sólo santo de su devoción a la hora de escribir. A demás, asegura que recibió mucho apoyo de su familia en este asunto de dedicarse a la literatura. Su conciencia de amor hacia las humanidades llegó temprana y diáfana. “De hecho, tengo borradores de novela de 4to y 5to año de bachillerato, que espero no existan”, manifiesta rememorando quien sabe qué de esos años de camisa beige.

Sánchez le huye a su definición, a su descripción, al bosquejo de sí mismo. “No me gusta definirme, creo que esto es más fácil para el otro, porque a veces puedes pecar de pedantería, falsa modestia, visión limitada”. Para él el concepto del principio es un punto para problematizar, “te puedo decir que como docente fui honesto, pero eso no me hace un tipo honesto”.

Top de favoritos

Caminar por la ciudad e ir pensando anacrónicamente con ella es, sin duda, el pasatiempo recurrente de Sánchez. La caminata parece que lo nutre. La ciudad parece que lo absorbe.

Y así sucede con el cine, el escritor parece haber estudiado bien el comportamiento de las películas y su audiencia en España. Menciona que hay un circuito de salas que proyectan los films con subtítulos, y que a estas salas concurre gente “a la que realmente le gusta el cine”. El costo de la película es más elevado, pero valora al “circuito subtitulado” por ofrecerle una experiencia “menos traumática”. Así llama aquellas tardes de película, donde la bulla y las cotufas voladoras son las protagonistas. A demás, el autor de Etiqueta Azul subraya: “Me niego a ver a Robert De Niro hablando con acento español”.

Otras de sus pasiones es el deporte, “soy un aficionado del fútbol”, declara. Pero Sánchez no tiene una figura atlética, ni actitud de atleta, ni disciplina deportiva. El fútbol por el cual el escritor de 33 años declara su pasión es el que juega y ve en la pantalla del televisor. Su esposa le regaló el PlayStation sólo para que pudiera jugar FIFA, y así sustituir los partidos en computadora por un verdadero juego de consola.

 

En la música se describe como “ecléptico”. Una triada poderosa conforma su referente musical: Fito Páez, Joaquín Sabina y Andrés Calamaro. “Enrique Bunbury está entrando a este grupo selecto, él es muy raro pero interesante”, agrega.

“Por Bunbury descubrí a Nacho Vegas, y me gusta mucho. Es un asturiano medio rockero, pero al mismo tiempo tiene algo de Silvio Rodríguez”. Los labios se expanden con soltura, y ríe con un poco de timidez. Aclara que no tiene prejuicios con la música, y que escucha de todo. Sólo hace dos excepciones: Ricardo Arjona y el reggaetón. Enseña una lengua burlona y frunce el entrecejo para enfatizar su rechazo.

Entre las artes plásticas Sánchez se inclina por la pintura. “El arte clásico lo sigo con interés, de hecho fui profesor de Historia del Arte”, expresa. Habla con propiedad de la vanguardia, del siglo XX, de sus gustos por Picasso y Dalí. Su rostro cambia con una nueva mueca cuando comienza a opinar sobre el arte contemporáneo, “tengo mis conflictos con él”, indica. A ciertas expresiones las califica como “dadaísmo chimbo”, aunque rescata la tendencia a la trasgresión de los espacios, que va más allá del lienzo.

Las cervezas en la barra y el compartir con sus amistades no escapan de sus actividades favoritas. “No soy solitario al extremo, también tengo mi círculo de amigos”, alega.

El profesor Sánchez

Las editoriales, la prensa y la opinión pública lo llaman escritor, pero Sánchez fue primero profesor de Educación Media, un trabajo que marcaría sus perspectivas y le traería un cambio de vida. Laboró durante tres años en el Colegio San Ignacio de Loyola, el cual visita sin falta cuando está en Caracas para “alterar un poco la melancolía”. En Madrid la experiencia con sus alumnos, y la docencia en general, se convirtió en nostalgia. De hecho, Etiqueta Azul es una obra que aparece sola arrastrando un momento oscuro de Sánchez que involucra el extrañamiento del colegio, y sus personajes son el producto procesado de un grupo de alumnos que construyeron en Sánchez un arraigo imperecedero. Como una acotación recurrente, redundante, incluso retumbante, Sánchez no puede dejar de repetir “disfruto mucho la docencia”.

Los ojos de Sánchez

En comparación con otros de su generación, Sánchez se reconoce como autocrítico. Sus ojos, su manera de observar, están minados por las interrogantes y el deseo de demostrar que no viene de una Venezuela perfecta. “Para mi generación nosotros somos chéveres, somos de pinga, somos los más arrechos. Es difícil encontrar un interlocutor que diga ‘esto es una mierda’”. El novelista lo dice con decepción, tal vez con un poco de molestia. Constata que por ello se lleva mucho mejor con los jóvenes de la actual Venezuela, a quienes considera individuos que tienen algo que decir, y que se plantean cuestionamientos.

No es partidario del actual gobierno, “el chavismo me parece perverso y trágico”, dice con un tono de fastidio cansado. Afirma que no tiene estómago para escuchar hablar a quien no tiene nada que decir, y detesta la sifrinería extrema, tanto como el “toderismo”; concepto que Sánchez formula para hablar de los falsos eruditos con complejo de “sabelotodo”.

Sin embargo, sus peores enemigos son los grandes y temibles gurús. Los gerentes, los magnates, los encargados de las editoriales, los intelectuales deformados a autoridades indiscutibles. A ellos les arruga la cara y les manda un saludo poco amigable. En efecto, Sánchez no quiere emborracharse en su éxito y procura cuidarse de convertirse en un gurú de la literatura venezolana.